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Educación inclusiva: un derecho y un reto internacional

Fecha:16 Dic 2022
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Cecilia Simón es profesora titular de la Universidad Autónoma de Madrid y co-coordinadora del grupo de investigación, equidad, diversidad y educación inclusiva (EQUIDEI). Durante el acto de presentación de la Comunidad Por Talento Joven, fue muy rotunda en su exposición asegurando que “la educación inclusiva es un derecho que está claramente contemplado en la convención por los Derechos Humanos de las personas con discapacidad y que es fundamental cuando hablamos del empoderamiento de las personas”.

 

Si buscamos vivir en un entorno 100% accesible y que el mundo sea universal, ¿qué pasa con la educación?

 

Cuando hablamos de educación debemos pensar en una educación de calidad para  todas las personas. Como ya hace tiempo nos decía Casanova (2011) “La educación en una sociedad democrática o es inclusiva o no es educación”. Esperemos que algún día podamos dejar de hablar de educación inclusiva y hablar solo de educación, porque de hecho se entienda así porque sea una realidad en nuestras aulas y en todas las etapas, desde la atención temprana hasta la educación superior. Pero la aspiración a la inclusión no solo se refiere a lo que entendemos por educación formal, debemos extender este derecho a todos los contextos educativos, a todas las actividades que se ofrecen más allá de la escuela,  ya que también deben estar pensadas para todas las personas.

Y esto es un reto internacional, como queda claramente recogido en la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas en su  Objetivo nº 4  que está centrado en Educación. Este ODS se concreta en “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida para todos”.

 

La enseñanza es un derecho universal y la convención de Derechos Humanos de las personas con discapacidad determina que la enseñanza debe ser inclusiva. ¿Desde qué perspectiva? 

 

Ante todo, debemos destacar que hablamos de un derecho humano recogido con claridad en el artículo 24 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad donde se señala que “los Estados Partes asegurarán un sistema de educación inclusivo a todos los niveles así como la enseñanza a lo largo de la vida”. 

Además, como insiste la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (2019), hablamos de un derecho multiplicador que empodera a las personas con discapacidad pues les proporciona las competencias, los conocimientos y las habilidades que necesitan para disfrutar y ejercer en toda su extensión el resto de sus derechos, así como  participar de forma plena en la sociedad como cualquier ciudadano o ciudadana. Este punto es muy importante y lo debemos tener muy presente a la hora de lograr una mayor calidad de vida a las personas con discapacidad.

De la misma forma, la educación está en el centro de la Agenda 2030 mencionada antes, y se reconoce como esencial para el éxito de otros muchos objetivos recogidos en esta. 

Este derecho nos obliga a adoptar las medidas oportunas para su cumplimiento y a que cada agente implicado asuma su responsabilidad. Por ello, las preguntas que cabe formularse no son ¿por qué una educación inclusiva?, sino ¿qué debemos hacer para que en el contexto concreto en el que nos encontremos podamos avanzar en esa dirección? Y esto ¡ya!, la vida de los niños y niñas, de los jóvenes no puede esperar.

 

Escuchamos hablar de inclusión, de integración ¿son lo mismo?

 

Cuando hablamos de educación inclusiva, no hacemos referencia a un término “más actual o moderno” de integración. No es lo mismo. 

Como se señala con claridad en la Observación general núm. 4 sobre el derecho a la educación inclusiva elaborada por el Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, la integración “es el proceso por el que las personas con discapacidad asisten a las instituciones de educación general, con el convencimiento de que pueden adaptarse a los requisitos normalizados de esas instituciones”. Sin embargo, hablar de inclusión implica mucho más y supone un cambio de mirada. Según la UNESCO (2017) , la inclusión es “un proceso que ayuda a superar las barreras que limitan la presencia, la participación y los logros de los estudiantes”.

La idea de presencia se refiere al lugar en el que se escolarizan los alumnos, a su derecho a serlo en centros ordinarios al igual que el resto de niños y niñas de su edad pero la presencia no es suficiente. Para hablar de inclusión, es necesario atender a los logros y a la participación del alumnado y, como señala la UNESCO (2017), ofrecer oportunidades de aprendizaje y pedagogías de calidad que permitan al alumnado progresar en su aprendizaje, garantizando  la adquisición de las competencias necesarias para su inclusión social y laboral; que les permitan, asimismo,  comprender su realidad y trabajar por una sociedad más justa. 

No podemos hablar de inclusión si no se asume desde los centros escolares un proceso de revisión de las  barreras que limitan precisamente la presencia,  la participación y los logros de todos los alumnos y alumnas, sin exclusiones. Algo que debe estar también vinculado a procesos de mejora encaminados a superarlas. 

 

¿Qué ocurre con el alumnado con discapacidad al hablar de inclusión?

Educación inclusiva: un derecho y un reto internacional

Cecilia Simón, profesora titular de la Universidad Autónoma de Madrid y co-coordinadora del grupo de investigación, equidad, diversidad y educación inclusiva (EQUIDEI).

 

Cuando hablamos de educación inclusiva, debemos pensar en todo el alumnado sin excepciones. No se refiere solo al alumnado considerado con necesidades educativas especiales. De todos modos, es innegable la situación de vulnerabilidad en la que se ha encontrado el alumnado con discapacidad. Como señalan Calderón y Echeita (2022),  “la escolarización inclusiva de los alumnos considerados con discapacidad sigue siendo uno de los mayores retos en este ámbito,  se constituye en la mejor manera de calibrar nuestras convicciones y principios morales y éticos en cuanto a la aceptación y valoración de las diferencias humanas dentro de la escuela”. Escolarización que, como hemos apuntado antes, determinará, en gran medida, las oportunidades y lo que se pueden encontrar al finalizar esta.

Pero también, debemos tener presente que la puesta en marcha de procesos encaminados a identificar y suprimir las barreras que limitan la presencia, el aprendizaje o la participación de estos alumnos beneficiarán no solo a los alumnos que concitaron nuestra preocupación, sino a todos los alumnos y alumnas del aula. 

 

Recientemente, la influencer Sara Cisneros, nos explicaba en una entrevista la lucha de su madre para lograr la adaptación de las clases para su hermana Paula, con síndrome de Down. En concreto decía: “A mi entender, si eres profesor y te gusta formar a niños, creo que debería gustarte enseñar a todos los niños, no solo a algunos”. Cecilia, ¿cómo lograr educadores implicados y con conocimientos y sensibilización suficientes para la inclusión?

 

Ciertamente, el profesorado juega un papel clave, y este también debe ser valorado y apoyado. Sabemos que los centros atentos a la inclusión en sus aulas cuidan el desarrollo profesional de su equipo docente. La formación de los profesionales debe ser un objetivo importante para el desarrollo de las competencias necesarias para “llegar a todo el alumnado” y construir centros cada vez más inclusivos. De la misma forma, la universidad, en lo relacionado con su formación inicial también debe asumir su responsabilidad. 

Pero, por otro lado, también debemos atender a la formación de otros profesionales implicados, por ejemplo, en los procesos de apoyo, asesoramiento a centros y profesorado.

Sin embargo, debemos tener presente que el profesorado necesita de apoyo y recursos para construir aulas en las que se “llegue a todo el alumnado sin excluir a nadie”. Ello requiere, entre otras cosas, construir redes de colaboración dentro del centro (entre el profesorado, el alumnado, con las familias…) y entre éste y su comunidad. En este sentido lo que el profesorado hace en sus aulas está relacionado con las políticas y cultura de centro, de la existencia de condiciones que faciliten a los centros la mejora, como puede ser disponer de un liderazgo inclusivo, espacios de reflexión y colaboración, etc.

 

¿Qué papel juegan las familias en la educación?

 

Las familias juegan un papel fundamental en la educación inclusiva. De hecho, no podemos entender la inclusión, así como los procesos de mejora de los entornos educativos en este sentido, sin la participación de las familias. Pero debe ser una participación activa, desde un marco de colaboración desde un planteamiento en el que las familias son consideradas con recursos y  fortalezas que el centro en general y el profesorado en particular debe reconocer, valorar y saber aprovechar. Y, esto, también está claramente recogido en la Observación general núm. 4 sobre el derecho a la educación inclusiva.

Las familias disponen de conocimientos que son de gran utilidad para el centro educativo a la hora de optimizar el aprendizaje y la participación de sus hijos e hijas. Pero también pueden ser un gran apoyo para la identificación de las barreras que afectan a su presencia, aprendizaje y participación, así como contribuir a los procesos de mejora e innovación escolar. Pero ello requiere de la construcción de una relación de colaboración en donde las voces de las familias se reconocen como importantes y estas forman parte de los procesos de toma de decisiones.

Pero no debemos olvidar que, también, las voces del alumnado son centrales en la mejora de la escuela. Es necesario articular los medios para que sean escuchadas y tenidas en cuenta. Algo, que, por otra parte, es un derecho contemplado en la Convención sobre los derechos del niño.

 

¿Y el entorno?

 

La inclusión no sólo debe implicar a la escuela. La construcción de espacios educativos es una responsabilidad de toda la sociedad. Sabemos que todos los niños y niñas no tienen las mismas oportunidades en los sistemas educativos, que hay múltiples situaciones de inequidad derivadas de las condiciones existentes en los entornos en los que viven. Esto lo señala con claridad la UNESCO en su informe sobre el seguimiento de la educación en el mundo, donde sin negar lo avanzado, nos muestra, por otra parte, lo lejos que estamos todavía del logro del Objetivo 4 de la mencionada Agenda 2030.

Un claro ejemplo son las existentes situaciones de desigualdad en el ámbito de la educación que se han puesto de manifiesto con mayor claridad y agravado a partir de la pandemia originada por la COVID19 como bien señala la Subdirectora General de Educación de la UNESCO. Las consecuencias negativas de esta pandemia han impactado en mayor medida a aquellas personas que se encontraban en situaciones de vulnerabilidad.

Por ello, ante esta situación, debemos superar la mirada limitada que considera que el único responsable de la construcción de entornos educativos con mayor equidad o el único agente de cambio es la escuela. Sin duda, tiene un papel fundamental, y en ella se debe producir cambios en sus culturas, políticas y prácticas para iniciar y sostener los procesos de revisión y mejora que señalábamos antes.  

Pero la mirada y la actuación deben tener un carácter más holístico, que entienda que lo ocurre en la escuela está relacionado con lo que pasa más allá de la misma y no solo en el sistema educativo en su conjunto. Por ejemplo, es necesario que exista una coordinación con las políticas relacionadas con el bienestar de la infancia y de la familia.

Como hemos venido señalado en otros artículos, las sociedades contemporáneas deberían estar comprometidas, no solo de palabra sino a través de acciones significativas con el progreso hacia comunidades con mayor equidad y justicia social. En donde entendamos que todas las personas son necesarias e importantes,  que no podemos permitirnos desaprovechar talentos, ningún talento y,  para ello, la mirada debe dirigirse a identificar las diferentes barreras del contexto que dificultan la inclusión. Donde las diferencias entre las personas no sean un factor de riesgo para la exclusión, la discriminación o la desventaja, social, laboral o educativa, sino más bien, un gran valor, una oportunidad para enriquecer y mejorar todos los contextos, no solo la escuela;  para construir, en definitiva, una sociedad mejor.

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